domingo, 11 de diciembre de 2011

Volverán las oscuras golondrinas (?)


Un domingo cualquiera.
Me despedí de ti y giré aquella esquina; esquina que para mí significa un adiós constante, me cuesta reconocerlo, pero te quiero; demasiado. Porque busco momentos inexistentes para verte, ya sea entre horas del instituto, ya sea por rezar a la suerte y que se crucen nuestros caminos. El pensar, que nada volverá a ser igual hasta el viernes, me reconcome por dentro. Porque después de girar la esquina, alzo la cabeza y fijo la mirada en el horizonte, y cada paso que doy, mi corazón palpita mas rápido, y todo porque sabe que ya no volveré ha verte hasta mañana. Pero lo peor de todo es que mi corazón sabe que hasta el viernes nada será igual hasta el comienzo del nuevo fin de semana. Una vez puesta la mirada fija en el horizonte, leí "Heladería La Ibense", pensé que estaban locos, ya que es Diciembre. De tanta tristeza en mi interior leer aquel cartel me sacó una pequeña risa que tuvo una duración de un par de segundos. Me percaté de que en mi bolsillo llevaba un chicle con sabor a menta, y sin pensármelo dos veces me lo eché a la boca. Me entró un escalofrío, no era por el chicle, era mi subconsciente, que tampoco te quería perder; así que como cual acto reflejo me giré y corrí de nuevo hasta el punto donde nos despedimos, pero nada, no había nada ni nadie. Yo que solamente esperaba volver a verte, que solo quería que a ti también te hubiese ocurrido aquel extraño escalofrío, pero como os digo, no había nada. Confiado de que volverías, porque soy así de "inteligente", me senté en un banco exactamente al lado de donde nos despedimos. Pero solo vi pasar a coches y a gente, la cual no conocía. Así mi alma triste, por verte durante menos de cinco minutos, y además que te hubieses marchado tan rápido me desconcentraba de mis pensamientos. Porque solamente podía pensar en ti, porque estas líneas están escritas pensando en ti. Creyendo tomar la decisión correcta, me fui de allí, tomé el camino hacía mi casa.
Una vez allí lo primero que hice fue arrancar el ordenador desesperado, por si estabas conectada, pero nada, de nuevo nada, cincuenta y tres personas conectadas y nada; TÚ no estabas, pensé que era una mala pasada del destino, triste y desolado me fui a la cama y me acordé de que mi consola, con la cual le robaba wi-fi al vecino y con la que podía comunicarme contigo, estaba rota. Convencido, me dispuse a enviarte un mensaje con el móvil, pero cual fue mi sorpresa, que no tenía saldo. Llorando me dormí, con el recuerdo de esos cinco minutos, los mejores del día. Como me gustaría haberte dicho que te amaba antes de que te hubieses ido.
Esa misma noche volví a soñar contigo, tal y como hago siempre. Desperté de un sobresalto porque había recordado toda nuestra historia, sin falta de detalles, hasta que llegamos a esa maldecida esquina. Asquerosamente aburrido, abrí un libro y me puse a estudiar, realmente extraño, no podía concentrarme, no salías de mi mente. Desesperado y angustioso saqué la cabeza por la ventana de mi cuarto, aun era de noche; la Luna brillaba con una luz especial, yo no tenía ganas de averiguar porque, probablemente fuera que el Lunes iba a ser mejor que el día anterior.
Mi pensamiento, hundido en miseria, no podía parar de darle vueltas a lo ocurrido, así que decidí echarme agua en la cara para terminar de aclarar lo ocurrido el día de antes. Se me pasó por la cabeza, que probablemente la culpa era mía. Ya que a la hora de la despedida, yo estaba algo frío, y no tenía ganas de nada, y seguramente esa era la razón por la que te echaba tanto en falta una vez te fuiste.
Llegó la hora y cogí la mochila, cerré la puerta de casa y me fui hacia el instituto. Aproximadamente media hora después, llegué a aquel edificio blanco; subí las escaleras y sabía que queriendo o no, yo debería de ir. Antes de que sonase el timbre pude verte, vi tus ojos y recordé porque me enamoré de ti. Pero por culpa del destino nuestros corazones estaban separados en distintas clases.
Como no, ni en clase podía estar atento, mi mente estaba perdida, dando vueltas, pensando que hacer para volver a verte otra vez. Sonó la sirena y salí corriendo por la puerta para poder ver como un cristal nos separaba. Tú, que estabas tan tranquila, recogiendo las hojas de la libreta de la asignatura que te acababa de tocar. No sabía que hacer, así que sin pensármelo dos veces entré a tu clase, me arrodillé delante de tu mesa y te pedí un bolígrafo. Extrañada, me preguntaste por qué eras tu la que me tenía que dejar el bolígrafo, susurrándote al oído te contesté: “Tú ya lo sabes”.
Realmente aquel día no usé tu bolígrafo, no podía parar de verlo, una y otra vez. Pensé que aquel bolígrafo lo habías usado Tú, que era tuyo, como mi corazón. Salí al pasillo durante todas las clases, solo para verte. En el patio te busqué, pero no estabas, tus amigas me dijeron que estabas haciendo un examen, no quería presionarte, solo quería que lo aprobases. Sonó la sirena y volví a aquella aula que me tenía separado de ti a unos diez metros. Solamente esperaba que aquella chirriante sirena sonase una última vez, para que por primera vez en todo el día pudiésemos estar a solas. Descontaba cada minuto de mi reloj para salir. Cuando la manecilla del reloj marcaba las dos en punto salí. Me extrañé, tu clase estaba vacía, así que decidí esperarte en la salida. Allí estuve cerca de media hora, pero eso a mí me daba lo mismo. Te vi salir, cruzamos juntos y me diste la mano, te abracé y nos miramos fijamente a los ojos. Dejé mi mochila en el suelo y te dije: “Te quiero”. Como si un acto reflejo se tratara, nuestros labios se juntaron en un beso, que solamente podría expresar nuestro sentimiento.

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